viernes, septiembre 08, 2006

Del nacimiento dichoso de María santísima y Señora nuestra; los favores que luego recibió de mano del Altísimo; y cómo la pusieron el nombre

Llegó el día alegre para el mundo del parto felicísimo de santa Ana y nacimiento de la que venía a él santificada y consagrada para Madre del mismo Dios. Sucedió este parto a los ocho días de septiembre, cumplidos nueve meses enteros después de la concepción del alma satísima de nuestra Reina y Señora. Fue prevenida su madre Ana con ilustración interior, en que el Señor de dio aviso cómo llegaba la hora de su parto. Y llena de gozo del divino Espíritu atendió a su voz; y postrada en oración pidió al Señor la asistiese su gracia y protección para el buen suceso de su parto. Sintió luego un movimiento en el vientre, que es el natural de las criaturas para salir a luz; y la más que dichosa niña María al mismo tiempo fue arreb atada por providencia y virtud divina en un éxtasis altísimo, en el cual absorta y abstraída de todas las operaciones sensitivas nació al mundo sin percibirlo por el sentido; como pudiera conocerlo por ellos, si junto con el uso de razón que tenía, los dejara obrar naturalmente en aquella hora; pero el poder del Muy Alto lo dispuso en esta forma, para que la Princesa del cielo no sintiese lo natural de aquel suceso del parto.
Nació pura, limpia, hermosa y llena toda de gracias, publicando en ellas que venía libre de la ley y tributo del pecado; y aunque nació como los demás hijos de Adán en la sustancia, pero con tales condiciones y accidentes de gracias, que hicieron este nacimiento milagroso y admirable para toda la naturaleza y alabaanza eterna del Autor. Salió, pues, este divino lucero al mundo a las hoce horas de la noche, comenzando a dividir la de la antigua ley y primeras tinieblas del día nuevo de la gracia, que ya quería amanecer. Envolviéronla en paños y fue puesta y aliñada como los demás niños la que tenía su mente en la divinidad, y tratada como párvula la que en sabiduría excedía a los mortales y a los mismos ángeles. No consintió su madre que por otras manos fuese tratada entonces, antes ella por las suyas la envolvió en las mantillas, sin embarazarle el sobreparto; porque fue libre de las pensiones onerosas que tienen de ordinario las otras madres de sus partos.

Dal: Capitulo 21, Libro I, de la Mistica Ciudad de Dios, Vida de María, de Sor María de Jesús de Ágreda, edición Madrid, 1970