martes, marzo 28, 2006

La Virgen de Luján: Traslación de la Santa Imagen

No bien ha muerto D. Rosendo en 1670, queda su establecimiento de la Cañada de la Cruz en un triste desamparo que se agrava aún por la amenaza de los indios bravíos que multiplicaban por entonces sus malones en la provincia. La ermita queda como en despoblado. Doña Ana de Mattos, gran devota de la Virgen, temorosa de que la sagrada Efigie no viniera a ser profanada, forma entonces el proyecto de trasladarla de la Cañada de la Cruz a su propia estancia, sita a inmediaciones del río, cinco leguas más próxima de la ciudad de Buenos Aires. Habla, pues, con el maestro D. Juan de Oramas, quien, con la promesa de doña Ana de que cuidaría con esmero la Imagen y le levantaría una capilla, se la entrega con todos los objetos y aderezos del culto. Agradecida la señora le retribuye con una sume de dinero, y se lleva la estatuita a su casa sin mayor aparato y haciendo caso omiso del negrito Manuel.
No lo llevó a bien la Virgen, y esa misma noche desapareció de la casa de doña Ana. En vano la busca al siguiente día; no la halla por ningún lado, y todos se preguntan, atónitos como ella, de qué modo ha podido desaparecer. Por fin la afligida matrona tiene el presentimiento de que la santa Imagen ha vuelto a su antigua ermita; corre allá y contémplala asombrada en su sitio primitivo. No comprendiendo aún, da orden de que sea trasladada nuevamente a su estancia y la deposita con todo el decoro posible en el altar que le tiene preparado en la mejor pieza de su casa. Llegada la noche, pone guardias que no la pierdan de vista. No le vale el arbitrio, porque nada pueden nuestras industrias contra la voluntad de Dios, y esa misma noche, sin que nadie haya sabido el cómo, vuélvese la prodigiosa Imagen a su pobre choza. Allí la volvió a hallar doña Ana al siguiente día.
Afligida la devota señora por la doble desaparición y comprendiendo que hay en ello una intervención sobrenatural, no se atreve a trasladar por tercera vez el simulacro de la Virgen. Acude, pues, a la autoridad eclesiástica, y aun participa del misterioso suceso al Gobernador y a ambos Cabildos; el eclesiástico y el real. No les toma de nuevas la relación de doña Ana, pues todos saben cuán multiplicadas son las señales con que la Madre de Dios quiere atraerse las almas del Río de la Plata. El Ilmo. señor obispo, Maestro Fray Cristóbal de Mancha y Velasco, y el gobernador, mariscal de campo D. José Martínez de Salazar, resuelven trasladarse al lugar de los sucesos y proceder al traslado oficial de la santa Imagen. Fórmase con tal motivo una gran comitiva de lo más representativo de Buenos Aires, a la que se une considerable masa de pueblo, y todos rompen la marcha hacia la Cañada de la Cruz. Constituído en la estancia de Oramas, el Ilmo. señor Obispo procede a informarse minuciosamente de lo acaecido, examinando uno por uno los testigos presenciales de las misteriosas desapariciones; todos están contestes y uniformes en las circunstancias de la inexplicable y repetida fuga de la Imagen. Reconoce y proclama entonces la intervención de la invisible mano de Dios y luego, con la autoridad que de Dios le viene, decreta la solemne traslación de la sagrada estatua de la lejana y ya despoblada estancia al nuevo oratorio de doña Ana de Mattos. Levántase en andas la Imagen milagrosa, organízase la procesión y, unos descalzos, otros montados o en carretas, muchos a pie, encarminanse a Luján, rezando con entrecortados sollozos el santo Rosario, cantando las Letanías y los himnos de María Inmaculada. Entre los devotos va, llorando de fervor y de gozo, el fiel esclavo de la Virgen, el negro Manuel. ¡Espectáculo digno de ser mirado por los Angeles aquella procesión encabezada por un obispo y un gobernador, ancianos ya, cruzando a pie el salvaje desierto americano!
Llegada la noche, pernoctan todos en la Guardia antigua, sita en tierras del capitán Rodríguez Flores, y al siguiente día se reanuda con la salida del sol la nunca vista procesión. Llegan, por fin, a la estancia de doña Ana; colocan en primoroso altar a la bendita Imagen y por espacio de tres días se cantan solemnes misas, celebrando el gentío devoto la definitiva traslación con grandes demostraciones de regocijo.

lunes, marzo 27, 2006

Ave Maria a la Virgen del Huerto


Ave Maria,
De gracias llena,
En dura pena
Dulce solaz,

Huerto Cerrado,
Fuente Sellada,
Santa Morada,
Mansión de paz.

Bendita eres,
Dulce María,
Nuestra alegría
Sólo eres tú;
Bendito el fruto
De tu real seno,
Padre el más bueno
Cristo Jesús.

Huerto Cerrado,
Santa María,
Dulce alegría,
Madre de Dios,
Los pecadores
A ti venimos
Y te decimos:
"Ruega por nos."

Fuente Sellada,
Huerto dichoso,
De ti afanoso
Va Dios en pos;
A ti confiamos
La eterna suerte,
¡Madre, en la muerte
Ruega por nos! Amén.

jueves, marzo 23, 2006

¿A dónde vamos?

He aqui la pregunta que se escapa de nuestros labios al ver el caos en que nos sumerge una educación sin Dios, y, por consiguiente, sin respeto a la autoridad, sin orden y sin más ley que el odio a toda sujeción y dependencia. Dios, empero, en el cuarto Mandamiento dice: Honra a tu padre y a tu madre; y en el nombre de padres se comprende todo superior y toda autoridad legítimamente constituída. Este Mandamiento es la base de la sociedad y de la familia; porque sin familia no hay sociedad, como sin cuarto Mandamiento no hay familia que merezca el nombre de tal.
Por qué, pues, ¡oh, hombres! olvidáis y holláis este precepto, origen de vuestra felicidad? Y vosotros, pueblos cristianos, reconoced, por fin, la causa de las desgracias que os llueven y el remedio único de los males que os devoran. En vuestro loco frenesí de libertad habéis atropellado este precepto divino; ya no respetáis ninguna autoridad, cualquiera que sea su nombre y cerráis los oídos para no oír la voz del Supremo Legislador que os dice: Honrad a vuestros Superiores.
He aqui porque tantas revoluciones, luchas y conmociones sangrientas se suceden sin descanso, desterrando la paz, la pública seguridad, la confianza en el porvenir, para recordaros que no es una palabra vacía de sentido el precepto que dice: Honrad a vuestros Superiores.
Pueblos y familias, que no sea estéril para vosotros la dura lección de la experiencia, adquirida a costa de vuestra sangre y de vuestras lágrimas. Guardad el cuarto Mandamiento, y veréis como la tierra cambia de faz; la autoridad vuelve a ser sabia, equitativa, como Dios manda; la obediencia vuelve a ser afable, constante, puntual, porque se considera ennoblecida por la fe que enseña que no es al hombre, sino a Dios, a quien el súbdito obedece.
Personal experiencia, raciocinio, historia antigua y contemporánea, llamad a declarar a todos los hombres que han existido, y todos, fundados en hechos, os dirán lo mismo: Honrad a vuestros Superiores, respetad la autoridad, y viviréis largo tiempo sobre la tierra, según la promesa divina.

martes, marzo 14, 2006

San José, esposo de María

¡Oh San José, protector y padre de Jesús, de la Iglesia y de mi alma! Jamás quiero separaros en mi amor y mi veneración a María, ni de su divino Hijo, que lo es vuestro también, toda vez que ha nacido de esta Virgen inmaculada que es tesoro vuestro y de la que os hizo Dios esposo para salvarguardar su virginidad.

martes, marzo 07, 2006

La Virgen de Luján: El negrito Manuel

El capitán de la nave conductora de la prodigiosa Imagen traía consigo un pobre y humilde esclavo natural de Angola. Víctima con su familia de los feroces negreros que ascolaban las costas africanas, había sido cargado en un navío del Real asiento de los negros y vendido en el Brasil. Cuenta a esta sazón alrededor de nueve años y está instruído en la Doctrina. El espectáculo portentoso de que es testigo en las inmediaciones de la Cañada de la Cruz conmueve hondamente su ingenuo corazón y su alma pura e inocente, grabando en ellos la impresión indeleble de lo sobrenatural. Los resplandores del júbilo interior se reflejan en el rostro bruñido del pobre negro, y su amo, al notarlo, resuelve dejarlo como "donado" a la Madre de Dios. Confíalo, pues, a la tutela de D. Rosendo y le consagra de por vida al culto de la benditísima Virgen María. Nadie describirá el gozo del afortunado Manuelito. Conságrase enteramente a su nuevo cargo: la Efigie bendita es el espejo en que se mira y su altarcito es un manojo de flores, siempre limpio y con luz, cuajado con los místicos ex votos del paisanaje.
Así las cosas, acaece en 1670 la muerte de D. Rosendo. Pasan todos sus bienes al hermano, D. Juan de Oramas quien, desconociendo la calidad de sacristán y esclavo de la Virgen del negro (ya cincuentón), pretende llavárselo a Buenos Aires. Era cosa averiguada, con todo, que el capitán su amo, volviendo de las provincias arribeñas, después de dejar a la Virgen de la Consolación en Sumampa, habíase hospedado en la casa que poseía D. Rosendo en Buenos Aires, donde enfermó y murió, dejando por heredero de todos sus bienes, exceptuando el negro Manuel, a su amigo, no sin haberle recordado muchas veces la donación hecha a la santa Imagen, insistiendo en que el negrito no tenía más amo que a la Sma. Virgen.

II

Mas D. Juan de Oramas responde que es heredero de todos los bienes de su hermano; y el desventurado Manuel piensa con el corazón dolorido que ha sonado la hora de abandonar su querida ermita y separarse de la dulce Imagen. Recobra aliento, sin embargo, y tras una fervorosa súplica a la Madre de Dios, baja personalmente a Buenos Aires a defender sus derechos. Los defiende con la tenacidad y el valor que inspira el peligro de una pérdida irreparable y sostiene su tesis brillantamente: "soy de la Virgen de Luján, de nadie más; he sido donado a Ella por el capitán mi amo, que Dios haya en su gloria; desde muchacho me ha consagrado al servicio de la Virgen. Ni el heredero ni nadie pueden demostrar lo contrario". El pleito, con todo, no tenía buen cariz para Manuel. Pero su celéstial Dueña compadécese de él e inspira a una gran devota suya ofrezca a don Juan de Oramas una cantidad por el negro. Acábase el pleito al punto, y el esclavo de la Virgen vuela a su ermita cual paloma de monte que escapa a duras penas del halcón.
Con acendrado amor, después de tales angustias, dedícase al culto de la prodigiosa Imagen. Cuida de la humilde capilla, inventa nuevos obsequios para la Madre de Dios, pregona el culto de María, narrando a cuantos llegan el portento de la carreta y las gracias singulares que otorga a los peregrinos, de las cuales es testigo. Es hombre que baja ya la otra vertiente de la existencia: la vida santa que lleva le ha transformado; sobre su renegrida tez flota uno como nimbo de luz que dulcifica lo que hay de austero en todo su porte y da a su fisionomía, nada aristocrática, ese no sé qué, reflejo de la santidad, a cuya aparición el silencio y el respeto se imponen y constituye irresistible y misterioso atractivo...

III

Aquel pobre negro, arrancado a las costas africanas, menospreciado por los más, merece, en efecto, por su fidelidad al cargo recibido, por su candor, por su espíritu de oración y apartamiento de las creaturas que la Reina de los Angeles se le comunique con aquella familiaridad con que el Verbo mismo, por quien todo fué creado en cielos y tierra, se manifiesta a las almas, familiaritas stupenda nimis, que dice Kempis, familiaridad estupenda en sumo grado. A su vez, el esclavo, de sencillez ingénita, se dirige a la excelsa Señora con la confianza propia del hijo a su madre. Oigamos la tradición: "En ciertas ocasiones, yendo el negrito Manuel a visitar de noche a la santa Imagen, nota con indecible asombro que falta del nicho, volviéndola a encontrar en él por la mañana con el ruedo de su manto azul mojado de rocío, con la saya cubierta de cadillos y de abrojos, y con polvo, menuda arena y algún lodo en las fimbrias. En estas ocasiones empezaba a clamarla el negrito: "¡Pero, Señora mía, qué hacéis? ¿Qué necesidad tenéis Vos de salir de vuestro nicho para remediar cualquier necesidad, siendo como sois tan poderosa para obrar toda maravilla sin salir de aquí? ¿Y cómo sois tan amiga de los pecadores que salís en su busca, cuando véis que no os hacen caso y os tratan tan mal?"
En días tales, renueva su devoción y afánase por prestar mayor servicio a su Ama celestial.
Cuando la tarde declina y la hora llega de entregarse al descanso, el pobre negro reúne en su derredor a todos los presentes y reza con ellos el santo Rosario. Siéntase luego y, en lenguaje "perfumado de unción y de agreste simplicidad", exhorta a los romeros a esperar siempre en María Inmaculada. Y cuando todos se han retirado para buscar el sueño sobre los cueros que forman todo su apero y les sirven de cama en la inmensidad de la Pampa, el donado póstrase de nuevo ante su Reina y prolonga su conversación con Ella hasta altas horas de la noche.

IV
Junto con el amor a la sagrada Imagen ejercita Manuel las obras de misericordia. Recibe con respeto a los enfermos y mediante sus plegarias, las unciones que les hace con el sebo o el aceite que arde en el altar de la Virgen, las infusiones que les da a beber, procúrales consuelo y mejoría; más aún, alcanza de Dios extraordinarias curaciones, como sucedió con el licenciado D. Pedro de Montalbo.
Por los años de 1682, hallábase éste desahuciado de los médicos. La tisis le consumía rápidamente. Puso el de Montalbo su confianza en Ntra. Sra. de Luján y, más muerto que vivo, hízose colocar en un carretón para venir a los pies de la Virgen. Habiendo llegado como a una legua de la capilla, le dió tal accidente que los conductores le tuvieron por muerto. Pararon por fin a la entrada del oratorio y, desunciendo los bueyes, bajáronle de la carreta con sumo cuidado y lo presentaron al negro sacristán. Este con gran respeto, ungió el pecho del sacerdote moribundo y, viendo que volvía en sí, díjole: "!Animo, padre mío, que ha de sanar perfectamente, pues mi Ama lo quiere para su primer capellán!". Acto seguido, hizo preparar por una señora muy devota de la Virgen, llamada doña María Díaz, una infusión con los abrojos y cadillos sacados del vestido de la santa Imagen, y diósela a beber. Sanó el enfermo, se consagró al culto de la Madre de Dios, y durante diez y nueve años aun fué el apóstol y el capellán de la Pura y Limpia Concepción del río Luján.
Tenía Manuel proyectado un templo para la portentosa Efigie. Recorre las estancias y los pagos lejanos y logra reunir una cosiderable suma que añade a las limosnas de los peregrinos. Con la presencia del Padre Montalbo ve realizado uno de sus sueños dorados, y entrégase con nuevo fervor al culto de María de Luján. Vestido de ruda arpillera a raíz de las carnes, criando barba a manera de ermitaño, llega con tan santa vida hasta una decrépita ancianidad. Hallándose, por fin, enfermo de gravedad, anucia el día de su muerte, y expira en la fecha que la Virgen le había revelado.
Murió en opinión de santidad, y es tradición que sus restos yacen bajo el Altar Mayor, a los pies de la bendita Imagen que tanto había venerado y amado.

¡Beati pauperes spiritu!... ¡Beati mites!... ¡Beati misericordes!... ¡Beati mundo corde!

(Capitulo Segundo Historia Popular de la Virgen de Luján, Patrona Jurada de Argentina, Uruguay y Paraguay, por Ham Deimiles, tercera edición, 1944)

Capitulo Primero: Origen maravilloso de la Imagen

domingo, marzo 05, 2006

Valor infinito de la Santa Misa

¡Oh Jesús mío! me uno a todas las Misas que se celebran en todo el mundo, ofreciéndolas en unión con las intenciones de tu Sagrado Corazón, te pido que reserves para mí, de cada Misa una gota de Tu preciosa Sangre, para satisfacer por mis pecados y por el castigo que ellos merecen y para la santificación de los sacerdotes.
Concédeme también la gracia de obtener por los méritos de cada Misa, la libertad para una alma de las penas del Purgatorio, la conversión de un pecador, y también que una alma en las agonías de la muerte obtenga misericordia, y para que se evite el pecado mortal que es tan doloroso a tu Sagrado Corazón.

La Santa Misa es la más alta forma de adoración. Es la renovación del Sacrificio del Calvario. Más gloria y más acciones de gracias da a Dios una Misa de la que le pueden dar juntos, la eterna adoración de los bienaventurados en el cielo, en la tierra y en el purgatorio. En la Santa Misa, el mismo Jesucristo Dios y Hombre es nuestro intercesor, nuestro sacerdote y nuestra víctima. Siendo Dios y Hombre, sus oraciones, sus méritos y sus sacrificios son de valor infinito.

miércoles, marzo 01, 2006

Origen maravilloso de la Imagen de la Virgen de Luján

I
Corrian los años de 1630. Cierto portugués de la ciudad de Córdoba del Tucumán quiso levantar en su propiedad una capilla a la Reina de los Angeles honrándola en el misterio de su Pura y Limpia Concepción. Con este fin, escribió a un compatriota suyo, residente en el Brasil, que le remitiese una imagen de la Inmaculada Virgen María. Hízolo así el buen amigo y, en vez de una, le destinó dos estatuas bien acondicionadas en sendos cajoncitos, pues, como eran de terracota no quería que sufriesen alguna avaría en el peligroso viaje. Eran las dos imágenes, la una de Nuestra Señora de la Consolación, venerada hoy en Sumampa (Santiago del Estero), y su compañera la Pura y Limpia Concepción, a cuya sombra nació, se hizo grande y adquirió universal renombre la que es hoy villa y ciudad de Luján. Dice la tradición que el conductor de los sagrados íconos era también portugués y, además, capitán de navío. Surcó con su carabela las aguas zafirinas y borrascosas del golfo Santa Catalina y ancló el venturoso marino, guiado por la Iglesia llamada Estrella del mar, en las plateadas corrientes del puerto de Santa María de los Buenos Aires.

II
Desembarcó sin tardanza y, habiendo colocado sus dos amadas prendas en una carreta, incorporóse a una caravana que partía para el Tucumán. Al tercer día del lento viaje llegaba la tropa de carretas al río Luján, vadeándolo por el paso del Arbol sólo, llamado después Paso de la Virgen. Al atardecer toda la caravana hizo alto a orillas de la Cañada de la Cruz, en una estancia cuya única mansión ocupaba el dueño, don Rosendo de Oramas. Todos los expedicionarios, acomodándose en sus carretones pernoctaron en el lugar, distante cinco leguas al Noroeste de la actual ciudad de Luján.
Despertaron al día siguiente con el gorjeo de los mil pintados pajarillos y los rayos del sol que doraba el inculto desierto americano. Después de haber adorado al Creador y haber hecho correr el mate a la redonda, trataron los troperos de proseguir el viaje. El capitán de navío dió orden para que unciesen los bueyes de su carreta y se dispuso a seguir la caravana ocupando su correspondiente lugar...
Esta fué la hora escogida por la dulcísima Madre de Dios para realizar el prodigio que debía dar origen a todos los sucesos memorables, a todas las gracias y favores, a las rústicas ermitas, a las iglesias que precedieron a la actual Basílica Internacional y fundar el pueblo mismo de Luján.
Es, pues, el caso que, uncidos los bueyes al pértigo, enarbola el conductor la picana y con ronca voz da la señal de marcha. Bajan el testuz las robustas y pacientes bestias y tratan de arrancar: en vano. Por más esfuerzos que hacen no se mueven las ruedas una pulgada. Dijérase que una causa misteriosa había enclavado en el duro suelo la astrosa carreta. Salta entonces el boyero de su vehículo y, viendo que el camino no ofrece obstáculos, que las ruedan están en buen estado, atribuye a flaqueza de sus bestias el contratiempo. Manda en consecuencia atar otras yuntas que secunden a los del pértigo, y encaramándose en su puesto, comienza a animar a las bestias, ora llamándolas por sus nombres (cosa común en los boyeros) ora apelando al doloroso aguijón. Redoblan sus esfuerzos los mansos y poderosos cuadrúpedos: trabajo perdido. El carretón no se mueve un ápice...

III
Corrido, confuso el capitán de navío por tan extraño contratiempo, no atina a tomar medida, y él que había capeado con donaire las tempestades del océano, se ve ahora impotente para mover una triste carreta. Los troperos, por su parte, y los peones de D. Rosendo, intrigados por la detención de un vehículo que desconcierta toda la caravana, acuden en grupos alrededor de la carreta, y pónense de consuno a azuzar a la boyada; unos gritan amenazando con la picana, otros halagan a las bestias, y no falta quien, airado apalea y clava el aguijón a los pacientes animales. Pero el carro no se mueve. Y los bueyes, cansados del esfuerzo, impotentes, vuelven a su inmovilidad de piedra. Fastidiados los viajeros al ver que la cosa lleva cariz de eternizarse, aconsejan al conductor baje de la carreta cuanto bulto lleva. Hácese así, y los bueyes arrancan a buen paso. Estupefactos los testigos (pues lo descargado era de muy poco peso) preguntan al capitán: "¿que puede traer en sus bultos que impida de esa manera el viaje?". A los cual responde: "absolutamente la misma carga que los días anteriores, traída sin estorbos hasta aquí". Y añade que entre el corto flete que lleva van dos imágenes de la Sma. Virgen destinadas a las provincias del norte. Cruza entoces como un relámpago por la mente de los testigos y le dicen: "embarque, capitán, nuevamente esos dos cajoncitos solos en la carreta". Obedece el conductor y el vehículo, sin más carga que las imágenes, vuelve a su inmovilidad primera. En vano aguijonean la boyada: el carretón no es movido un jeme...

IV
Uno de los presentes (quizás por inspiración divina) dice entonces al capitán de navío: "Señor, mande sacar uno de los dos bultos y veamos qué sucede". Cúmplese la orden; pero la carreta, por más que los bueyen tiran, no se mueve. - "Truéquense los cajones, ordena entonces el testigo, y veamos qué misterio hay en todo esto". Bájase el cajoncito embarcado y el compañero toma su lugar en el carro. Se da la orden de marcha y los bueyes arrancan sin esfuerzo y el vehículo se mueve rápidamente...
Clavan entonces los presentes sus ojos en el cajoncito yacente a sus pies y, cediendo la admiración el puesto a esa emoción que es la más honda e incontenible del ser humano, la emoción religiosa, levantan todos un grito que debió repetir por modo extraño en el augusto silencio y la soledad inmensa de la Pampa: "¡Milagro!... ¡Milagro!". Y junto con el clamor brotaban del corazón, temblaban en los párpados y rodaban por el atezado rostro de aquellos hombres, esas lágrimas de sobrehumana ternura, que sólo la Fe produce y justifica.
Comprenden luego que es voluntad de Dios que siente sus reales en esta soledad la Imagen de María encerrada en el cajoncito y, pasado el primer momento de estupor, quieren recrear sus ojos en la contemplación de la prenda que el cielo les envía... Abrese el arca diminuta y aparece ante sus húmedos ojos la hermosa efigie que se llamará la Pura y Limpia Concepción del río Luján. Más bella les pareció que el lucero de la mañana, más suave que la alborada, más amable que los levantes de la aurora. Póstranse todos en tierra y, rindiédole el culto debido a la Madre de Dios, estampan en la orla de su manto y en sus virgíneos pies castos y fervorosos besos.

V
Capataces, troperos y peones se dan mil parabienes por haber sido intrumentos de tanto favor y resuelven llevar la santa imagen a la morada de D. Rosendo de Oramas. Acuden la familia del hacendado, sus peones y todos los viajeros, y se organiza una devota procesión ¡la primera! en la cual si faltó el aparato y la densa muchedumbre, brilló en cambio el fervor y la sencillez tan gratos a Dios. Llega la pastoril teoría, cuy vista debió alegrar a los ángeles, a la rústica morada de D. Rosendo y, entronizando a la Virgen en la pieza más decente, todos los concurrentes ríndenle nuevamente los homenajes que sus hijos habían de renovar de siglo en siglo.
De creer es que acamparían los expedicionarios algunos días en este paraje con el fin de satisfacer su devoción agradecida y para esparcir en los contornos la buena nueva. Acuden, en efecto, los devotos hacendados y peones de las estancias y de los pagos circunvecinos a venerar la portentosa imagen y a informarse de labios mismos de los testigos oculares sobre los pormenores del prodigio. Troperos hay que llegan hasta Buenos Aires y pregonan la gracia señalada con que la Madre de Dios ha enriquecido esta región del Plata. Conmuévese la ciudad y buen golpe de vecinos emprende el viaje a la Cañada de la Cruz. Los troperos reanudan su marcha al noroeste en demanda del pago de Sumampa, divulgando la fausta noticia por todos los ámbitos de las gobernaciones de Buenos Aires y de Tucumán.
Pasado algún tiempo comprende D. Rosendo Oramas que la bendita Imagen ha menester de una capilla y, a instancias de los peregrinos, levanta una ermita de adobe y paja en la que Ntra. Sra. de Luján recibe las tiernas manifestaciones de fe y amor de sus hijos que acuden de todos los pagos de la Provincia con sus plegarias y sus ofrendas. En la humilde choza es venerada la santa Efigie alrededor de cuarenta años (1630-1670).

(Capitulo Primero Historia Popular de la Virgen de Luján, Patrona Jurada de Argentina, Uruguay y Paraguay, por Ham Deimiles, tercera edición, 1944)

Capitulo Segundo: El negrito Manuel
Oda por el negrito Manuel de Luján
Oración a Nuestra Señora de Luján
Himno a la Virgen de Luján

Oración a Ntra. Sra. de Luján

Protectora de la República Argentina y de las Repúblicas del Uruguay y del Paraguay

Dios os salve, ¡oh portentosa y coronada Virgen de Luján! y fundadora de esta villa donde quisisteis recibir culto en la milagrosa Imagen que en ella dejasteis, como prenda de vuestra protección a estos pueblos del Plata. ¡Oh gran Reina, a Vos acuden con confianza y se cubren bajo el manto de vuestra protección, pues a cuantos imploran vuestro patrocinio abrís Vos las entrañas de vuestra maternal misericordia! Vos sois el auxilio de los cristianos, la madre de los huérfanos, la defensa de viudas, el abrigo de los pobres, el consuelo de los afligidos, la redención de los cautivos, la salud de los enfermos, la estrella de los navegantes, el puerto seguro de los náufragos, el amparo y escudo de los combatientes, la corona y el triunfo de los vencedores, la esperanza de los moribundos, la vida, en fin, de vuestros devotos. Proteged, gran Señora, vuestra Villa y vuestro pueblo argentino en sus diversas provincias. Conceded igual protección a los pueblos hermanos del Uruguay y del Paraguay; mantenedlos en la fe católica a pesar de las maquinaciones de los incrédulos, dadles sacerdotes celosos de su salvación, autoridades honradas y cristianas e inspirad en todos fe, abnegación y caridad. Oid favorablemente a los numerosos devotos que de todas partes en sus necesidades a Vos acuden confiados en vuestra protección, que os visitan y veneran en vuestra milagrosa Imagen de Luján. Acordaos siempre !oh Reina del Plata! de vuestros protegidos; defendedlos de sus enemigos y de su propia flaqueza, a fin de que lleguen a la patria celestial donde os alabarán en la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos infinitos. Asís sea.

Buenos Aires, marzo 29 de 1889.

Vista esta oración, la aprobamos y concedemos ochenta días de indulgencia por rezarla devotamente.
+ FEDERICO, Arzbispo de Buenos Aires

El 12 de Octubre 1930 fué jurada Patrona de las tres repúblicas por los prelados de las naciones rioplantenses, las autoridades y un denso y fervoroso concurso.

Oda por el negrito Manuel de Luján

Con trama de sus amores,
con la urdimbre de su fe,
quiero tejer una oda
por el negrito Manuel.

Esclavo fué de la Virgen,
que es la madre del amor.
¿Cuándo destino más alto
aquí en la tierra se vió?

Esclavito sin cadenas,
que por ternura filial
siempre estaba encadenado
al pie del querido altar.

Su Señora era muy blanca,
con blancura de azucena.
Su Señora del amor
albor tenía de estrella.

Viéndolos juntos, la Virgen,
más y más resplandecía.
Blancura igual no la tiene
ni la nieve de las cimas.

Junto a su bella Señora,
a su amita de los Cielos,
el pobre negro Manuel
parecía aún más negro.

Pero su alma ¡qué blanca!
Llena de fe e inocencia,
parecía aún más nívea
en esa forma tan negra.

Sus manos toscas y rudas
rondaban a su Señora,
en homenaje perpetuo
de enlutadas mariposas.

Traían flores del campo;
¡con qué amor las recogían
y con que amor las dejaban
a las plantas de su amita!

En el rancho de totora
siempre estuvo el fiel esclavo;
y cuando la Madre tuvo
un templo en su honor alzado,

siguieron viéndolos juntos:
La Virgen más esplendía
y ante su Reina, el esclavo
más negro aún parecía.

Con trama de tu ternura,
con tu santa y pura fe,
te fuí tejiendo esta oda,
noble negrito Manuel.

Maruja Aguiar de Marian, Montevideo, Octubre 1939

Himno a la Virgen de Luján


1
Gloria, gloria a la Virgen del Plata,
De los cielos la Reina eternal!
Ya la aclama su excelsa Patrona
Buenos Aires con himnos de paz.

DÚO

Los anhelos del Pueblo Argentino,
De las almas la ardiente oración,
Se difunden con voces de júbilo
En un canto sublime de amor.

2
Ya responde con gritos de gloria
El heroico, feliz Paraguay;
Y hasta el cielo levanta las voces
Con sus himnos la Banda Oriental.

3
Da la Patria los cielos hermosos
Forman ya tu luciente dosel;
Tus altares adorna con flores
Del gran Pueblo Argentino la Fe.

La Virgen Maria y la Creación

Para plasmar tus formas en el mármol
y retratarte en inmortales lienzos,
o bien del genio en la embriaguez sublime
aprisionar en rimas armoniosas
tu divina belleza.

Se encorvaron ingenios escogidos
a concertar la idea con el verso;
en ímproba labor amables rostros
les vimos esbozar y, ya acabados,
retrocar con la lima.

Mas, después de crear obra perenne,
sufren todos el triste desengaño
que ni el Titán del arte vencer pudo...
eres bella, María, mas del genio
cae el ideal vencido.

Tan sólo expresar pudo tus hechizos
el Creador con mano omnipotente:
dió por corona a tu real semblante
los tintes de la aurora.

Tú, benigna. Tú, hermosa como Luna,
estrella de la mar que entre las olas
al navegante guías en noche oscura
a la ribera amada.

Te envuelve el Sol y su esplendor irradias,
te viste el Arco Iris de belleza,
te canta el ave y dánte su perfumo
los lirios y las rosas.

Pintan la blanca luz de la alborada
y la estrellada noche tus hechizos,
con las mieses doradas y las flores
que envidian tu donaire.

Te contemplo en las trémulas corolas
que beben la nueva luz y el rocío
en el valle, en el río y las colinas
que siempre te sonríen.

Habla de Ti también la hora postrera
del día que al ocaso ya declina...
rojo y áureo es el cielo en el Poniente;
los colores se esfuman,

Y sube de la sombra ya crecida
en lontananza un resplandor de brasas.
Céfiro blando bésanos el rostro,
y en la selva se esconde.

Allá a lo lejos suena el estribillo
del pastorcito que la grey conduce,
idilios crea en la enramada y alegra
el monte y la llanuara.

Brillan arriba Sirio y el Lucero,
entra la noche y ya se enfría el aire,
todo rumor acalla la hora tarda,
la paz el mundo envuelve.

Hora solemne, en ella se difunde
con ritmo lento el son de la campana
que canta por ciudades y desiertos
las glorias de la Virgen.

El alma se concentra emocionada,
inunda el corazón honda poesía,
y el peregrino con amor solloza
¡Dios te salve, María!

Ham Deimiles, 1944